(Parte Uno)
Hablo
de ti, pues qué más me queda. En los pasillos vacíos de enormes paredes
blancas, luces tenues de media tarde, veo siluetas y sombras cayendo en un
espacio oblicuo y sin salida. Algunas voces que se desprenden de los rincones,
vidas olvidadas en este segundo, inconciente voy y solo puedo escuchar una voz.
Son apenas unas palabras, dichas en suspiros, en silencios, en miradas.
"Vas errante
por senderos tortuosos, fatigado de tu existencia insípida. Conoces las
decepciones, también el dolor, aquellas emociones que intentas ocultar detrás
de esas tiesas sonrisas. Te haz refugiando de la vida en los absurdos
callejones de las palabras. De tu existencia más me dicen tus silencios, más me
dicen de lamentos.
Te mantienes en un aislamiento continuo vislumbrando al cielo caer, y es
como un infinito desfigurado donde imaginas una habitación en llamas: techos y
murallas que te esconden de las concepciones materiales; estas solo y en silencio,
evitando las miradas perdidas en un universo inmutable, evitando sus temores de
una vida miserable. Lejano de toda sensación permaneces quieto en este rincón sin
sentir aún el abandono, sin percibir que se han desvanecido los muertos. Equivocas
cada palabra y con ellas apagas las últimas impresiones que adornan tu
sentimiento fantasmal. Y sin más sonrisa arrastras la lengua por las cenizas.
Así es, así fue y será vivir. Postergado… postergado, muere dentro tuyo cada
segundo, muere ennegrecido todo latido, asfixiado y sin cobijo donde callar las
penas. Lo haz abandonado. La imagen y temor que olvidas es la palabra mermada
sobre la que descansas. No calles, el cielo esta cayendo sobre un manto negro. Y
no es de ti de quien hablo, sino del océano, de aquel charco, de unas lágrimas.
Das un paso y me arrastro detrás de ti…
Quedas observando al vacío como si tuvieras ante tu mirada un espejo. Lo
haz creado y es solo tuyo ahora, este espacio de insomne silencio que se
extiende como camino de cuadros y recovecos, donde todo se va escabullendo sin
imagen ni memoria. Es un juego infantil de tristes dimensiones donde rodeas,
persigues y evitas tu misma sombra, con la gracia patética de quien se olvida y
se pierde a si mismo, de quien se tiene enfrente con la quijada quebrada y no
reconoce el hueso. Siendo agarrado solo por la carne, del alma errante apenas
queda rastro. Inquieta e imborrable figura que no se sostiene en sus piernas
sino que flota como una niebla. Y no se puede mirar, se desconoce los zapatos,
los trapos que cubren un tosco cadáver se encarnan en el oscuro fondo, dejando
tan solo el recuadro triste de un rostro, no más sincero que un espasmo que agrieta la perpetua
masa de homogénea nada. Y sin decirlo lo dice, que es más de lo que alguna vez
soñó, y es tan escaso que lo guarda, tan efímero que se calla, tan
incomprensible que lo ama. Por el miedo de perder lo perdido… mira al vacío y
no ve nada.
Concebiste un despojo y encontraste bajo tus pies el ahora, el ayer y el
mañana vacilando con un andar fatigado, recorriendo los escombros de una oscura
realidad. Antes de caer se sostuvo de lo único que tenía y llevo consigo todo
lo que arrastran las palabras. En una fría noche de verano, con los ojos
perdidos y a la sombra de un barranco, viste su mirar taciturno de una frágil
alma mancillada. Su triste figura danzaba y se perdía entre los escombros
polvorientos que caían desde las ventanas iluminadas, va descalza y ya no
siente nada.