24 de diciembre de 2008

Caminando Solo.

La puerta lejana, entre ella y yo, el patio inmenso en luz de ocaso, las hojas caen lentamente a mis ojos y el aire silba a mi oído las ultimas palabras de algún muerto. Tengo en mis manos antiguas cartas de amor, personas las escribieron sin encontrar un fin a sus ilusiones. Cartas que no fueron respondidas y que para ellos parecen olvidadas. El viejo de sombría expresión que se refleja en la ventana cada vez que veo el cielo morir, me mira cansado y esperanzado en que el final será hermoso. Avanzo hacia el jardín, donde hay dos árboles a cada costado, el suelo en parquet de cemento y las paredes altas que me separan de la realidad, el portón de enfrente que ya nunca fue abierto y el sol que como ya dije, esta muriendo.


Todo completamente vacío y silencioso, camino lentamente para abrir por última vez la puerta hacia la calle, ver el mundo y decirle... nada en realidad, fue todo tan ficticio como hermoso, viví completamente perdido en mi mismo y ahora, me quedo con las palabras en la garganta, como margaritas atoradas, que solía comer cuando era pequeño.


Paso a paso, se pierde la luz en mis ojos, camino hasta la mitad y me siento a reposar en mi silla de madera mal pintada, con adornos de mimbre, no la quito de ahí, porque siempre me quedo sentado por horas, a ver si acaso alguien toca a mi puerta. Ahora solo descanso, para tomar un respiro bajo el cielo, que aun no muere.

Las sombras alcanzan la mitad de su recorrido, tengo en mis manos aun las cartas sin leer. Mi quebrado caminar, de viejo muy viejo y muy solo, que no tiene donde ir realmente. Me quedo unos segundos enfrente al portón, sin abrirlo aun, siento las risas jóvenes, veo las sombras pasando por debajo de la puerta, de la gente que pasa enfrente de mi casa. Las voces hablan, conversan, son felices, el día que se acaba para mí, no es más importante que yo para ellos. Abro el portón, y afuera, nada, nada, nada. El silencio, el polvo, la ciudad vieja.


Cierro la puerta y vuelvo a mi silla de madera mal pintada, en medio del jardín. Abro la primera carta: "en mis sentimientos guardo tu nombre, con la esperanza de encontrarte otra vez". Conservo el recuerdo de ella en aromas de rosas, una flor para mi tumba.


Un cielo cada vez más rojo, y las voces en mi mente que hacen temblar mis manos, dejo caer la carta a mi costado. Soy una persona débil, que ya no tiene voz.

En la segunda dice: "hago promesa de mi vida y de mi muerte, que seremos tu y yo, por siempre". Carta con olor a violetas. Su voz me es desconocida, tal vez un amor inconfesado o un dolor olvidado.


Ya el cielo casi ennegrecido, toma un tono púrpura, mis ojos se fragmentan y se pierden en las letras. Mi ser fatigoso, adolorido e insultado, no da cabida a las expresiones, se queda seco, lánguido, impávido. En mi vida e pronunciado palabra alguna y ahora, me quedo en la silla antigua, sin tener momentos reales y si sentimientos ocultos.


La última, que jamás había visto antes, no tiene nombre, ni fecha. Al parecer, perdió toda importancia. La e tenido guardada hace mucho y ahora la observo sin saber nada de ella. E perdido un momento de mi vida o tal vez toda mi vida en el pasar de mis sueños. Abro el sobre, y adentro, tres hojas: La primera solo con una gota seca. La segunda completamente en blanco y la tercera en letra cursiva tiene escrita, tal vez lo único que tenga sentido, lo único que tenia que esperar que alguien me dedicara y lo único que tenia realmente desde que nací. “EL FIN”.


...


El cielo ya de noche, mis cartas esparcidas por el suelo, yo sentado en la vieja silla, mirando sin parpadear. El cielo sobre mí, el cielo que refleja mi vida, el cielo que ya ha muerto y yo, yo y yo, yo con mis cartas de amores perdidos. Me queda el silencio de ya haber muerto y la ultima lágrima que alberga mi vida, acaricia mi ser vacío y cae sobre la tierra marchita. Las flores rojas y púrpuras cubren mi solitaria existencia, antes en vida y ahora en muerte.