30 de septiembre de 2009

Por Sobre La Vida

Flotando en dulce agua. Tan oscuro su interior que no encuentro su final. Enclaustrado por sobre mi existencia, no respiro del aire puro, me quedo sin sentidos, me quedo bajo el abrigo del desprecio, todo me parece un insulto. Merodeo por el barranco sin mirar hacia donde voy, los sonidos de la marea confunden al alejado soñador, que busca en el suelo el perdido camino. Sin hablar narra ante sus ojos el sometimiento del universo a la miseria. Sin poder escuchar sus palabras, pervierte la realidad, viciando con palabras mudas el infinito. No logro escuchar su intenso griterío, apenas un pitido, apenas un soñador. Los anhelos de cada amanecer se ven extintos bajo la mirada penetrante de la verdad. Cada paso es un poema, las mismas palabras se van repitiendo, los mismos rostros se van cayendo. Y caí, sin poder despertar. Caí sobre el manto de la luna, sobre su proyección en aguas turbias.

Veo alejado aquel momento, cuando no solo existía un despertar, sino también el reflejo de una fragilidad, de una inocencia. No existen palabras mas confusas que las que se sienten, no hay palabras que puedan desnudar la verdad en el cielo, no hay tal poema que me diga qué es frágil, qué es un silencio. Tan solo nubes, grises y tormentosas. Nada hay en el espacio que revele a mis ojos su existencia. El mismo instante que se cayó sobre mí el canto del celestial y errante sol, quien con su belleza no alcanza el límite de su querida existencia, no logra asfixiarse bajo el manto de las sombras. Su mirada melancólica, solitaria desde lo alto, guarda su frase última bajo el sello de la vida, mi vida. No puedo ver más que nieblas, más que desperdicios. Voy a la deriva de rincón en rincón, buscando un momento de oscuro silencio, de falso sentimiento. Pruebo las flores de la orilla que yacen marchitas, tan solo gritan. Pruebo la sal del mar a mis pies, no existe la vida. Saboreo algunas melodías sin forma, contemplo desde aquel momento la luz alejada ante mí. Los horizontes se alejan de mí ser, de mis manos las cenizas se vuelven barro, de mis ojos se desprenden las ilusiones hechas océanos y no reviven los muertos, no cambia la noche por eso. Cómo no observar los espasmos de esta realidad, tan confusa por dentro que absorbe a la continua mirada hacia el vacío abnegado, se contorsiona sobre mí el anhelo, la esperanza perece ante el nombre suyo, los sueños caen desde el borde del universo al olvido. Se siente la marea como voces infantiles, implorando por el cielo se vuelven sombras bajo el mar, se vuelven cristales que no logran reflejar cuanta vida desean, que no logran apaciguar el ardor en sus vientres abiertos. Bajo el mar los anhelos arrojados en pos de una muerte inesperada, odiada. Floto sobre la corroída música, que suena como gritos, me mantengo sin hundirme por el sonido agónico de infantes, que no encuentran fin a sus mudas plegarias, a su completa desnudes, a sus cuerpos seniles.

Otro engaño de la vida, el cielo desaparece y se ve el mundo como si no existiera. Lleno de calladas mentiras, de ilusiones oblicuas, cae el sol espantado a los pies de seres malditos. Cómo no olvidar la caída, si el viento huele a sueños. Más suena a lejanía, a encierro, mas me olvida lo que me contempla. Flotando al interior de mi callada semejanza, no desaparecen los contornos, no perecen los abismos. Más parece luz, mas me vuelvo interferencia que ser. La bruma suele aparecer cuando ves los caminos despejados, das los pasos necesarios para alcanzar su mano, se deshace bajo la hermosura de sus ojos, no vuelve jamás. No puedo comprender una voz tan delicada, no puedo escuchar tanta belleza, tanta desesperación. Los golpes de flashes celestes, amarillos y naranjas, tonalidades verdes, púrpuras, azules profundos, oscuro olvido, aparente vida, aparente muerte. No siento cada vez, no siempre puedo saber cual es pecado, cual es dolor.

La silueta de quien vuela por sobre mi, en el cielo entumecido por la fría expectación del inerte sueño. No parpadea ante la luz, no tiene vista, sigue ciego hasta el final, sigue volando hasta no poder más, sigue su recorrido fortuito, sin señalar aun como el sol lo abandono, lo sigue como fragmento suyo. Tiene alas en su espalda, vuela lejos de mí, sin clamar por la piedad de mi silencio, por la verdad que consume mi estancia en un claustro. Tan solo se fue hacia el horizonte, sin mirar hacia atrás. Muy pequeño ser, muy frágil para volar, muy decadente, imagen triste del cielo adormecido. Tal vez luna, de luz sinuosa, de quien observa paciente, sin llanto en los ojos. Tal vez ingrato olvido sea el viento, su guía a los mancebos amaneceres, que no se interpone el alivio en su viaje de esperanza, que no vea luz no lo cansa. Tan poca sensibilidad del volador, arcángel tal vez, de mentiras llena mis rostros. Mil facetas mas, mil caras que no podré callar, mis inertes formas, pantomima de muerto, pandemónium la vida por dentro, espectáculo absurdo sobre el sol, sobre el cielo, donde cabe tanta mentira, donde queda la salvación.

Suelo creer en este final, como un comienzo derramo tinta en el espacio infinitamente vacío. Cada centímetro de piel, cada entumecido dedo alivia un dolor, calla una vida. Se sumergen bajo mis pies. Un respiro que se acaba, cada instante de muerte pasiva. Escurre por mi vena el tiempo oscurecido, lleno de palabras fugases, se extinguen en mis pupilas sus bellas rosas. Puedo ver el universo morir, cada instante como un soñador.

Se ahogan bajo un mar de tintas opacas, cada letra sometida al pulso cambiante del animo. Emociones asfixiadas entre pequeñas murallas, detrás de puertas cerradas. No hay oxigeno que pueda respirar, tan solo maravillas multicolores, esfumadas entre la nada. Cada infante abandonado bajo la vigilia del soñador, permanecen muertos hasta el amanecer, carcomidos por la miseria de la poesía.

Cómo no flotar sobre la vida, si llena esta de suspiros errantes, de pequeñas muertes.